martes, 8 de noviembre de 2011

Historia 16: Viajar hacia atrás.

Algunos colectivos tienen asientos enfrentados. Cuando a uno le toca viajar en el asiento que mira hacia la dirección contraria a la que se dirige el resto del mundo, la sensación de estar viajando marcha atrás es un tanto extraña, y si el día es prematuro y nuestras categorías esenciales aún no han amanecido, éstas pueden confundirse y el viaje en retroceso puede no sólo darse espacialmente. Esto mismo me ocurrió ayer cuando viajando en el asiento que mira hacia atrás en una mañana sin café, recordé un episodio que había preferido olvidar.


Hacía pocos meses había ingresado a mi trabajo actual y había logrado integrarme con naturalidad a un grupo de amigos ya muy consolidado. Un buen día, luego de un almuerzo memorable de risas y anécdotas, uno de los muchachos históricos del plantel se acercó tímido pero orgulloso para decirme:


-El viernes hacemos un asado con los chicos en mi casa. Si querés venite y traéte algo para tomar - y antes de darse vuelta y retirarse, haciendo ese gesto del casi me olvido, agregó -Eso sí, noche de hombres solamente.

Ese mismo viernes camino a mi asado de inauguración, ya sin sol y cansado, me tomé el 15 rumbo al encuentro con mi nuevo grupo de amigos y me senté en el asiento que mira hacia atrás. Estaba a punto de dejarme vencer por el sueño y tomar esa siesta necesaria y reparadora que sólo los insomnes conocemos tanto, cuando una chica que compartía simpleza y elegancia en proporciones iguales se sentó en el asiento enfrentado al mío.


La disposición de este tipo de asientos hace que uno esté obligado a mirar a la persona que está en frente, y yo, sin escapatoria, dediqué el viaje entero a admirar a esta muchacha que me devolvía la mirada con gentileza y una incómoda simpatía. Era pelirroja, tenía la piel blanca, pura, y unas manos que sostenían su cartera con tanta delicadeza que enternecían hasta a un desollador. Yo me turnaba entre mirarla fijo a los ojos y luego mirar su ropa y sus manos. Ella hacía lo mismo conmigo. En ciertas ocasiones, uno se demoraba más tiempo en alguna facción y nuestros turnos coincidían y nuestras miradas se encontraban manteniéndose estoicas hasta que uno cedía para mirar hacia otro lado.


Como nunca había andado por esos pagos, no sabía bien dónde debía bajar, pero por la numeración sabía que mi parada se acercaba y que debía decidir qué hacer con este momento. Para no arruinarlo con palabras (como en tantas otras ocasiones) opté por escribir mi nombre y teléfono en un recibo que tenía en el bolsillo y dárselo mientras tocaba el timbre de bajada. Ella tomó el papelito con una sonrisa cómplice, lo guardó en el bolsillo de su sweater salmón y comenzó a alistarse para su parada. Yo me bajé y ella quedó arriba del colectivo, en la puerta, mirando para otro lado e intentando hacer de ese momento uno no tan incómodo.


Casi saltando de la felicidad comencé a buscar la dirección del asado entre tantas diagonales y calles cortadas. Luego de una caminata de quince minutos encontré la casa, toqué timbre y subí al quincho dónde todos me esperaban con la picada agonizando pero con la entraña recién servida. Uno a uno fui saludando a los muchachos, algunos de ellos pasados de copas y otros igual de histriónicos que en la oficina. Mientras saludaba a todos escucho la voz del anfitrión que dice: “Conocés a todos menos a Paula, mi novia”. Y ahí nomás levanté la vista y estaba ella sentada con sus mismas manos sosteniendo su sweater color salmón. Yo no pude evitar sonrojarme mientras sentía mis piernas temblar y ella no pudo evitar mantener el decoro, saludarme con indiferencia y tomarle la mano a su novio como si nada.


Antes de que me abandonasen por completo mis piernas me senté disimuladamente en la primera silla que encontré deseando por un segundo con todas mis fuerzas que el quincho entero fuera un colectivo y mi asiento mirara hacia atrás para poder viajar en el tiempo y evitar tanta pero tanta inoportunidad.

5 comentarios:

  1. Eso es tener mala suerte. Una de las peores maneras de que se pinche un globo. Aaaah, maldita infiel (o, como mínimo; histérica).

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  2. Jaja! Buenísimo! Siempre me gustan las de colectivos y amores!

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  3. Qué buena historia!
    Siempre espero que algo así me pase en el bondi, aunque preferiría obviar la parte de que sea la novia de un amigo...

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  4. por suerte son cosas que no le pasan a Menudo... mirá si de verdad se quedaba con la amarga sensación de que la pelirroja del colectivo era la novia de su compañero de oficina.... eso hubiera sido triste, y una historia para no querer recordar.

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  5. Los amores de transporte público son lo más dulcemente doloroso que hay.
    Son una droga.

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