miércoles, 20 de febrero de 2013

Historia 27: Lo que dura una canción.



Hace meses que quería decirle a Fermina que la amaba.  El problema era que cada vez que me paraba frente a ella sudaba de más y comenzaba a tartamudear.  Ni bien abría la boca emitía comentarios prejuiciosos y fuera de lugar.  Fermina casi siempre terminaba ofendida y marchándose.  Las mujeres perciben nuestra torpeza producto del amor, y muchas veces ni un poco nos ayudan a transitar el momento con menos neurosis y sufrimiento.  Supongo un poco de placer les debe dar vernos sufrir de más.  Cuestión que yo comenzaba mis monólogos para intentar seducirla y ella no hacía otra cosa que quedarse mirándome con cara de esto es todo lo que tenés para ofrecerme.  Lejos de pensar que mi situación con ella mejoraba cada vez que nos veíamos, yo insistía en verla porque realmente creía que llegaría un día en el que dejarían de vencerme los nervios y podría ser realmente yo frente a ella abandonando mi derrotada teatralización de galán.

Hace unas dos semanas tuve un sueño revelador.  Un águila roja como el fuego llevaba en su pico un gusano que la duplicaba en tamaño. Volaba sobre un océano cubierto de caramelos masticables que funcionaban como imanes que atraían al águila hasta sumergirla y devorarla. El gusano, en cambio, sobrevivía, y para festejar se fumaba un cigarro que lo triplicaba en tamaño. Todo esto con la 6ta sinfonía de Mahler sonando de fondo.  El sueño era clarísimo.  Debía esa misma tarde decirle a Fermina que la amaba.

Ya que había tomado la  decisión, quería hacerlo con todas mis luces.  Me fui a la peluquería de Doña Zulema para emparejarme el cabello que hacía meses no me cortaba.  Me compré un perfume de esos que dicen está comprobada su efectividad en el asunto de atraer féminas, y finalmente pasé por el negocio de ropa más de moda del barrio.

Elegí una camisa de rayas amarillas y marrones, y un pantalón de esos que parecen gastados.  Me metí en el probador para ver si los talles y la combinación eran adecuados.   Me gustaba este negocio porque, a diferencia de la mayoría de los negocios de moda, no pasaban música ruidosa que taladra el cerebro. Pasaban en cambio a Cole Porter o a Gershwin, casi siempre interpretado por Ella Fitzgerald o alguna melancólica Bille Holliday.  Me saqué la remera añosa que me acompaña desde la pubertad y me puse la camisa elegante muy de a poco, sincronizando los tiempos de la música con cada movimiento para abrochar cada botón.  Una vez que todos los botones estuvieron en su lugar, me saqué los shorts de fútbol que tenía puestos desde la mañana.  Justo en ese instante comenzó a sonar "All of you"  y no pude evitar extender mi mano izquierda y llevar la derecha al pecho como si estuviera bailando con una dama, con Fermina.  Recordé el perfume infalible recién adquirido que llevaba en mi mochila y lo saqué. Me coloqué apenas unas chispas en el cuello y en las muñecas, y continué bailando.  En el interludio bajé la velocidad de los pasos de baile, pero no así su intensidad.  Los interludios muchas veces son para eso, para dar lugar a otras escenas.  Pensar que cuando nuestros abuelos tenían acné la mayoría de las canciones se escribían para las obras teatrales.  Aproveché el rallentando  para pararme frente al espejo con cara de galán y decirle:

"Fermina, te amo.  Cuando estoy alrededor tuyo me tiemblan las piernas y mi boca sabe lo que tiene que decir pero dice todo lo contrario.  Yo  sé que estamos grandes para estas cosas pero cuando estoy con vos me siento como un adolescente enamorado y esa sensación me encanta.  Me acuerdo la primera vez que nos vimos me dijiste que querías olvidarte de todos los males de este mundo al menos por un segundo.  Bueno, a mi me pasa eso cuando estoy con vos, y creo poder ..."

-¿Menudo? ¿Sos vos?- apareció una voz interrumpiendo mi monólogo.

No me animé a contestar.

Lentamente corrí la cortina del probador y asomé apenas la cabeza para ver quién estaba del otro lado.  A tres probadores de distancia, otra cabeza se asomó igual que yo. Era Fermina.  Se estaba probando un vestido de verano.  Salió del probador y yo salí del mío.  Ella tenía el vestido a medio abotonar, y yo estaba en calzones pero con la camisa ya pronta.  Nos acercamos.  

-Qué lindo aroma que tenés- me dijo Fermina.

Yo sabía que si hablaba lo arruinaba todo, así que preferí besarla.  Ella aceptó mi propuesta sin dudarlo.  El beso duró lo que dura un estribillo, hasta que vino la muchacha que atiende el local y comenzó a toser para no romper el momento tan abruptamente.  Cada uno volvió a su probador.  Yo me saqué la camisa y me volví a poner el short y la remera rotosa, pero no me animé a salir inmediatamente.  Habrá pasado una canción entera hasta que de afuera me llamó Fermina.

-¿Te vas a quedar a vivir ahí adentro vos?- exclamó como cantando.

Saqué la mano por la cortina y ella me la tomó.  Eso era todo lo que necesitaba,un poco de seguridad para este veterano que había retornado a la adolescencia.  Tiró para afuera con su mano y salí del probador.  Ninguno compró lo que se había probado.  Así de la mano nos fuimos del local a terminar lo que habíamos comenzado.