Hacía quince minutos que estaba sentado en el 110 pensando en lo misterioso que me resulta la anatomía de las aguavivas cuando un señor entrado en años, de escasa estatura, traje de pana y bigotes refinados se sentó a mi lado, sacó un pequeño papelito del bolsillo de su saco y me leyó el siguiente poema:
De kilómetro en kilómetro
De año en año
Viejos de frente estrecha
Señalan a los niños el camino
Con ademán de cemento armado