lunes, 1 de septiembre de 2014

Historia 39: Reencuentro familiar



Sol adentro. Sol afuera.  Salgo a caminar y termino en el río. Me siento a contemplarlo, a él y a todo lo que él representa.  Pienso en todas las veces que otros humanos hicieron lo mismo, en este río y en todos los ríos de este mundo.  Junto mis manos para poder seguir con el momento. Sin saberlo le agradezco por estar allí siempre, a pesar de que yo no estoy siempre para él.  Así me quedo un rato.  Veo una mujer de mi edad pasar a mi lado.  Sigue de largo hasta que la orilla se vuelve agua.  Parada come una manzana mientras mira ella también el río.  Yo sólo veo su melena desde atrás y su mano con la manzana que a un ritmo pausado se lleva a su boca y ahí escucho ese sonido que sólo morder una manzana genera.  Me gustaría verle la cara.  Intento imaginarla pero se me aparecen todas las mujeres que amé y todas las que me amaron.  Es un rostro sumamente bello y conocido por mí, pero apenas sopla una brisa desaparece.   Con la misma brisa ella se da vuelta y comienza a caminar hacia mí.  Se acerca sonriendo y se sienta a mi lado.

-¿Nos conocemos de antes, no?- le pregunto.

-Sí. Fuimos hermanos hace no mucho tiempo – me responde sin dejar de sonreír.

Dejo de mirar el río.  Un pajarito se gana mi atención porque se acerca más de lo acordado entre especies.  Tiene un pico con la punta de aguilucho y le falta una pata.  Hacemos un nuevo acuerdo:  yo no le voy a hacer nada y él se acercará aún más.  Ella también lo mira.  Estamos asombrados por su valentía.  Al ver que podemos convivir sin hacernos daño, una pájara más inflada con cara de señora que va hacer las compras se acerca y se suma a la ronda.  Falta uno que viene rebotando a lo lejos. Es negro y alto, con un cuerpo fibroso de atleta.  Llega saltando y frena al lado de la señora copetuda.  Justo donde se para, el sol pega en sus plumas y las convierte en un azul tornasolado. 
 Ya está. Somos todos. La familia vuelta a reunirse después de tiempos inmemorables.  Ella, de mi misma especie, me mira –siempre sonriendo- y con su mano toma mi mano.  Con mi otra mano envuelvo nuestras dos manos, y ella apoya su cabeza en mi hombro.  Volvemos la mirada al río y así nos quedamos, escuchando lo que tiene hoy para enseñarnos.