viernes, 24 de febrero de 2012

Historia 21: No se culpe al mensajero


A veces uno camina por las calles del Rajastán y si mira a la izquierda o a la derecha apenas puede distinguir la diferencia entre un local de telas y otro. Ellos lo saben bien y es por eso que deben acudir a técnicas heterodoxas para cautivar al potencial cliente.
-¡Cómprele telas a su novia!- desde una vereda me gritaron.
-¡No tengo!- respondí en el mismo tono.
-¡Cómprele telas a su madre! - se animaron desde la vereda de en frente.
-¡Ya le compré a mi madre!
Notaron desde ambos bandos que tenían frente a ellos a un turista austero. Su vasta experiencia y mis atuendos de escasos quilates así lo confirmaban.
-¡Internet por 30 rupias!- insistió el primero, cambiando de rubro rotundamente.
-¡Yo le ofrezco internet gratis y le invito un chai!- se entregó el de la vereda de la competencia.
En medio de las carcajadas el último me convenció y pasé a su local para comprar un pasaje de tren por internet y compartir un momento de relajo.
El local era muy pequeño . Yo buscaba en la computadora futuros destinos para mis relatos mientras el dueño se paraba detrás mío y me preguntaba por mi país, por mis mujeres y por mis hábitos en las adicciones.
En medio de nuestra agradable conversación, un muchacho de mi edad, con el pelo húmedo, una sonrisa reluciente y una campera que parecía diseñada especialmente a su medida, entró precipitado al local. Era una especie de pequeño galán indio, con ese caminar coreográfico que solo agracia a los galanes. Llevaba un papel blanco en una mano y lo tomaba con tanta fuerza que el pobre estaba arrugado, como esas tías intensas que de tanto abrazar a sus sobrinitos les provocan dolores de estómago y pesadillas de trasnoche.
-¿Usted habla italiano?- me preguntó el muchacho en un inglés avanzado y con la respiración alterada.
-No, pero hablo español que es muy parecido. ¿Te puedo ayudar en algo?- respondí.
Su nombre era Prem y el papel blanco era una carta de una mujer italiana que lo había enamorado hacía un par de semanas con sus ademanes europeos y un lenguaje corporal que sustituía un inglés cavernícola.
Leí la carta en voz baja. Lo que no entendía lo traducía con el traductor de internet. Las noticias para Prem lamentablemente no eran buenas y por esas cuestiones del destino era yo el encargado de transmitírselas.
Para retrasar la desgracia comencé a traducir los párrafos más románticos.
-Con tu sonrisa has hecho de mi viaje el mejor de mi vida- le dije a Prem como si yo fuera Paola, la italiana. -Tus ojos son bellos y transparentes, tienen la luz para iluminar a un universo entero.
Prem me miraba enamorado como si yo fuera la mismísima morena de ojos claros, dueña de su corazón vulnerable.
Al ver su cara de cachorro inocente se me cruzó por la cabeza (por un segundo nada más) no mencionar la mala noticia, pero eso hubiese sido cobarde de mi parte.
Tomé coraje entonces y con firmeza traduje:
- Prem, si bien tu corazón ha sabido ganarse un lugar en el mío, mi corazón pertenece a mi casa en Italia donde está mi futuro y mi familia.
El rostro nubífero de Prem se convirtió rápidamente en uno de profunda decepción. Todos hemos pasado alguna vez por esos momentos en los cuales unas breves palabras del interlocutor llevan en sí nuestro futuro entero. Cuando notamos que las palabras no son lo que deseábamos, nuestro mundo se desploma. Las palabras se llevan consigo nuestros sueños y fantasías que tan posibles eran unos segundos atrás. Eso mismo le ocurrió a Prem en ese instante y era yo injustamente el receptor de su mirada de congoja y desconsuelo.
- Nunca olvidaré tu sonrisa afectuosa y el modo caballero con el que me trataste. No cambies nunca, mi querido Prem. Adiós. Paola.
Prem dirigió su mirada al suelo. El silencio se apoderó del local, el mismo local donde minutos antes nos habíamos reído y brindado por un mundo plagado de bellas mujeres.
Prem tomó el papel blanco de mi mano sin levantar aún la mirada. El dueño del local le dijo algo en hindi y entonces alzó los ojos y me agradeció por la traducción.
Le di una palmada en el hombro y le dije que no se preocupara, que habría tantas mas Paolas en su vida.
Prem se quedó mirando la carta y de un segundo a otro noté como comenzaba a recobrar las energías perdidas. Pude ver como sus ojos volvían lentamente a brillar orgullosos.
-¿Dónde dice que mis ojos iluminan el universo?- preguntó mientras volvía a abrir la carta y recuperaba el rubor.
Le señalé la oración y la marcó con el dedo mientras retomaba su sonrisa de galán con la que había llegado. Se acomodó el cuello de la campera y salió corriendo por la puerta del local cantando una alegre canción en hindi.
Yo permanecí sentado frente a la computadora reflexionando sobre lo que había sucedido. Somos maestros de nuestros propios pensamientos y sentimientos. Tenemos la capacidad de elegir con cuáles nos quedamos y cuáles desechamos, pero la mayoría de las veces nos aferramos a los equivocados y dejamos ir a los que necesitamos, como cuando en el recreo de la escuela tirábamos distraídos el caramelo y nos quedábamos con el envoltorio en la mano.
Terminé mi chai y saludé afectuosamente al dueño del local que ya se había rendido y no insistió en venderme nada. Supe ver en el sentido saludo su comprensión del trascendental momento que los tres habíamos vivido entre tantas telas y alfombras colgantes. Me dijo que me cuidara y mientras me deseaba un feliz viaje, me regaló un caramelo de mango y chocolate.

sábado, 4 de febrero de 2012

Historia 20: India políglota

-Que no he parado de mear desde que me he levantado.
-Tu sabes que estoy igual, pero lo mío viene acompañado de lo otro, tía. Que no puedo estar más de 20 minutos lejos del baño.
-Pero que impredecible este lugar! Que cada día te amaneces con algo nuevo!
-Yo creo que es la energía que revuelve los intestinos. Hace una semana estaba vomitando como El Exorcista y ahora no se si me ha llegado la regla o qué, pero me duele el coño como cuando follo sin descanso; y eso que no toco una desde hace dos meses.
-Pero tía, qué ganas de follar! Que ni me lo había pensado! Con tanta mierda alrededor uno ni piensa en eso.
-Habla por ti! Yo cada vez que puedo, cuando no hay nadie cerca, ni el Buda ni nadie, me acuerdo de la polla del Emilio.
-Pero que desgraciada eres, Consuelo!

Terminé mi taza de té con leche y corregí mi voz . Me paré improvisando una solemnidad que nunca tuve, y dejando atrás mi apariencia alemana, enuncie con complicidad: "Buen provecho, señoritas. Que tengan un lindo día"