El último martes, el colectivo que me tomo todos los martes siguió de largo y no frenó en la parada como suele hacerlo. Además llovía demasiado y me mojé hasta los calzones. Entré al kiosco más cercano para secarme y pedirme un café caliente. En el mostrador había un volante de una bruja que descubría vidas pasadas. Vazyra era su nombre. La llamé y fui. Me dijo que antaño había sido un bailarín o tal vez Carlo Magno. Le di un abrazo y me regaló un sahumerio. Ya la lluvia había aminorado así que caminé hacia el norte pisando charcos. En el más hondo frené y me quedé mirando mi rostro reflejado en el agua. Era mucho más ovalado de lo que recordaba. Bailé como Gene Kelly pero sin paraguas y con mucho menos gracia. Una chica hacía lo mismo que yo pero a pocos metros. Me acerqué y bailamos juntos como si hubiéramos ensayado. Se tropezó sobre mí. En realidad fui yo el que se paró frente a ella justo en el momento en el que daba un salto casi ornamental. Se cayó y cuando la quise atajar nos caímos juntos al agua. Tenía aliento a chicle de sandía. La besé. Me acarició la mejilla. Nos fuimos a vivir juntos a un PH restaurado. Me cortó las uñas y le hice té de hierbas. Hoy es martes otra vez y el cielo cruje nuevamente. Quizá me quede en casa. Los colectivos no son de fiar cuando llueve tanto.