jueves, 29 de septiembre de 2011

Historia 15: Epifanía primaveral

Hace pocos días fui protagonista de la primera jornada primaveral del año. Había sol y celeste y todos los transeúntes llevaban anteojos oscuros de la temporada pasada. Para celebrar dicho acontecimiento, decidí llevarme algún alimento liviano y cómodo a la plaza universitaria y almorzar ahí, entre tantos grupos de estudio que sueñan con cambiar el mundo, y tanto pero tanto excremento canino.

Una vez instalado, saqué mi nuevo libro entitulado “El arte de tener razón” escrito por nuestro querido e incomprendido Arturo Schopenhauer, y comencé a hojear este peculiar manual sobre cómo proceder a ganar disputas del habla.

Alternaba plácidamente entre un párrafo y un mordisco al sándwich de crudo y queso que salaba mis encías, cuando una pareja estudiantil con el uniforme desplegado como vestuario de una serie televisiva y adolescente se paró a unos metros de mi.

-Sólo decime si es verdad que bailaste con Sofi el sábado en “El Moretón”.

-¿Vos sabés que yo te quiero más que nada en el mundo, Pili?

-Las chicas me dijeron que te vieron con Sofi.

-¿Puede ser que siempre discutamos, Pili?


Estratagema 34: “Si el adversario no da una respuesta precisa a una pregunta o a un argumento, o no toma posición concreta alguna al respecto, sino que se evade respondiendo con otra pregunta o con una respuesta esquiva o con algo que carece de relación alguna con el asunto en discusión, pretendiendo desviar el tema hacia otra parte, es signo evidente de que hemos tocado (a veces sin saberlo) uno de sus puntos débiles”

Cerré el libro sorprendido ante tanta coincidencia y me digné a abrirlo nuevamente pero en una página cualquiera.

Estratagema 8: “Provocar la irritación del adversario y hacerle montar en cólera, pues obcecado por ella, no estará en condiciones apropiadas de juzgar rectamente ni de aprovechar las propias ventajas. Se le encoleriza tratándole injustamente sin miramiento alguno, incomodándole y, en general, comportándose con insolencia."

-Vos tenés que admitirme, Silvana, que estuviste mal con Antonio. Nunca debiste decirle nada- pasaron dos amigas vestidas para correr una maratón pero que caminaban apenas arrastrando sus cuerpos poco atléticos.

-¿Qué tiene que ver Antonio con todo esto?- pareció cuestionar la tal Silvana, combativa.

-Solamente admitime que tengo razón.

-¡Pero no tenés razón!

-Admitímelo y listo.

Acto siguiente, Silvana pareció estallar de la ira ante su compañera de jogging, mientras yo volvía a cerrar mi libro, estupefacto.

Continué comiendo mi sándwich como si nada, cuando un muchacho de unos doce años se acercó. Me habrá visto cara de blanco certero ya que vino directo a mí, cruzando aquella nítida barrera imaginaria de privacidad que el habitante medio de la gran ciudad posee.

-Con todo respeto vengo a pedirle su atención por unos segundos- se dirigió el muchacho hacia mí. -Tengo una hermanita que está muy enferma del corazón y hay que operarla con urgencia. Lo único que le pido es que me ayude con unas monedas- continuó como reproduciendo un guión.

Me quedé repitiendo para mis adentros la frase del muchacho. Enferma del corazón. Corazón. Busqué la portada de mi libro. El arte de tener Razón. Corazón y razón. Nunca había reparado antes en que una incluye a la otra. Palabras tan habitualmente opuestas de golpe juntas y parte de una misma cosa. Pensé en la infinidad de veces que las había enfrentado y puesto en disputa en vano .

El muchacho se quedó esperando una respuesta pero yo permanecí en silencio y sonriendo ante la epifanía vivida ante tanto sol de frente.

-Ey, amigo. ¿Está bien?- me preguntó el muchacho.

-No podría estar mejor- le respondí mientras le regalaba mi nuevo libro que ya había cumplido su misión.

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