lunes, 22 de agosto de 2011

Historia 14: Tiempo al tiempo

El tiempo y yo hemos tenido siempre una relación extraña, un tanto histérica. Hay veces en las que me apura impacientemente para que tome decisiones impostergables, otras es él quien me hace esperar a mí días hasta que una idea caiga sobre mi cabeza. Hace una semana, el tiempo me jugó una mala pasada, me aclaró de modo magistral que por más que juguemos y nos desafiemos el uno y el otro, es él quien manda.



Me había quedado dormido, como suele ocurrirme desde que leo novelas históricas después de la cena y por las noches sueño que soy Bonaparte o Cromwell descansando apaciblemente luego de una batalla devastadora. Por quinta vez en el mes llegaba más que tarde a una reunión de trabajo y seguramente ésta significaría la última. Bajé corriendo por las escaleras de mi edificio porque era para mí una emergencia y llegué ya transpirado y exhausto a la parada del colectivo. No había tenido tiempo en detenerme para admirar los extraños colores que copaban el día. Había un celeste casi violeta en el cielo y el sol no se hacía presente más que en algunas esquinas de ángulos obtusos. Parecía que había recién llovido pero las veredas estaban secas y los paraguas guardados.



En la parada de colectivo solamente se sentaba una señora muy mayor y muy arreglada, con ese color morado en el cabello que llevan algunas señoras entradas en edad que jamás comprenderé. La forma de su rostro llevaba incorporada una sonrisa. De haber sido diseñada por algún arquitecto celestial, seguramente hubiera indicado: “Primero vamos con la sonrisa, después vemos el resto.” La viejita no parecía impaciente. Sus ojos celestes casi transparentes no se quejaban ya que hacían juego con el color de sus medias y de sus zapatos. Y las perlas parecían ser su bijou preferido ya que tenía aros, collar y pulsera todas seguramente provenientes de la misma expedición submarina.



En medio de mi taquicardia por haber corrido tan de prisa me atreví a preguntarle:



- ¿Hace mucho que espera, señora? - esbocé con ese don que a veces me surge para dirigirme a los abuelos.



-Hace 25 años, querido.



Yo, que llegaba tarde por última vez a mi trabajo, la miré extrañado y un tanto confundido.



- ¿Cómo dice señora? ¿25 años? - le pregunté para no permanecer con una duda que carcomería mi cerebro por el resto de mis días.



-Si querido, mi marido se fue a comprar un poco de comino para hacer una sopa de pollo y me dijo que lo espere aquí. Asumo que se ha ido a Turquía, dónde se cultiva el mejor comino del mundo. Mi marido siempre ha querido lo mejor para mí - dijo la señora sin dejar de sonreír.



Me quedé perplejo. Aquí estaba yo llegando una hora tarde a una reunión, y esta elegante anciana esperaba a su marido hacía 25 años. Miré a mi alrededor intentando buscarle la cara al tiempo. Quizá se encontraba en el cartel del 39 o detrás de la modelo de la publicidad de jabones, haciéndome morisquetas sobradoras. Pasaron unos minutos hasta que llegó el colectivo y me subí, o quizá fueron algunos años, ya poco confiaba en el tiempo y sus marañas.

5 comentarios:

  1. Con tu apuro por no llegar más tarde al trabajo, empecé a leer la historia con un apuro propio, como si por leer rápido, pudieras llegar más temprano. Una locura que me suele suceder.
    Pobre señora, me hizo recordar al video de Maná, del tema "El muelle de San Blas".
    Saludos!

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  2. tengo la sensación de conocer a menudo hace años y llevo sólo minutos leyéndolo... a juzgar por mi percepción tamporal, yo también podría estar esperando el mejor comino turco.

    salud

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  3. Hay que respetar a los Tiempos, son gente extraña-

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  4. cuidado con decir "jamás" menudo! quizás en un futuro sea usted quién elija ese color de tintura para su crespo cabello!

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