-¿Esuchaste hablar de Jacques Prevert?-le pregunté con los ojos bien abiertos.
- Claro que sí, gran poeta francés. Su libro Paroles es mágnífico, lástima que no se consigue por ningún lado.
-Mirá, yo lo conseguí.- le dije orgulloso. - Hay un poema que quiero compartir con vos, y sería un gran honor para mí que lo leas con tu voz de locutor fumador.
Emilio, lejos de motivarse con la propuesta, se quedó mirándome fijo a los ojos, suspendido, como si buscara en el fondo de ellos alguna diplomática salida a la situación.
-Esteee...¿de que poema estamos hablando?- preguntó no sin antes corregir su voz con ahínco.
-El Organillo -le contesté entregándole el libro en la página indicada.
Emilio tomó el libro y volvió a corregir su voz. Hizo como que se quería sentar pero no había ninguna silla cerca. Entonces volvió a corregir su voz mientras ahora acariciaba su barba de librero y buscaba algo a su alrededor.
-Emilio, ¿estás bien?- me atreví a tomarlo del antebrazo e insistí -¿Emilio?
Emilio no respondió, sino que se quedó mirando fijo la página del libro. Sin aviso, producto de ese momento de quietud, una lágrima se asomó en su ojo derecho y comenzó a caer hasta toparse con su barba gris. Y mientras llevaba una mano a su mejilla para sacarse la lágrima dejó una frase en el aire sin preocuparse por las consecuencias que ello traería al mundo:
"No se leer, che. No se leer..."
pobrecito el barbudo...
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