lunes, 2 de mayo de 2011

Historia 7: Poesía y confesión


Este sábado, como todos los sábados, pasé con tiempo a visitar a mi librero amigo y preguntarle por las novedades editoriales. Me comentó que Murakami había lanzado su última novela que iba a dar que hablar y que sabía que a mi no me fascinaba la literatura mexicana, pero que no podía dejar de decirme que habían lanzando unos cuentos inéditos de Juan Rulfo que eran una clase magistral de un realismo mágico fundante. Lo escuché con atención para luego preguntarle por un poeta que me había cautivado la existencia en los últimos días.

-¿Esuchaste hablar de Jacques Prevert?-le pregunté con los ojos bien abiertos.

- Claro que sí, gran poeta francés. Su libro Paroles es mágnífico, lástima que no se consigue por ningún lado.

Para nada sorprendido por su erudición, saqué el mismísimo ejemplar de Paroles de mi morral porque se me vino a la mente un poema que había leído en el tren y me hacía acordar a él.

-Mirá, yo lo conseguí.- le dije orgulloso. - Hay un poema que quiero compartir con vos, y sería un gran honor para mí que lo leas con tu voz de locutor fumador.

Emilio, lejos de motivarse con la propuesta, se quedó mirándome fijo a los ojos, suspendido, como si buscara en el fondo de ellos alguna diplomática salida a la situación.

-Esteee...¿de que poema estamos hablando?- preguntó no sin antes corregir su voz con ahínco.

-El Organillo -le contesté entregándole el libro en la página indicada.

Emilio tomó el libro y volvió a corregir su voz. Hizo como que se quería sentar pero no había ninguna silla cerca. Entonces volvió a corregir su voz mientras ahora acariciaba su barba de librero y buscaba algo a su alrededor.

-Emilio, ¿estás bien?- me atreví a tomarlo del antebrazo e insistí -¿Emilio?

Emilio no respondió, sino que se quedó mirando fijo la página del libro. Sin aviso, producto de ese momento de quietud, una lágrima se asomó en su ojo derecho y comenzó a caer hasta toparse con su barba gris. Y mientras llevaba una mano a su mejilla para sacarse la lágrima dejó una frase en el aire sin preocuparse por las consecuencias que ello traería al mundo:

"No se leer, che. No se leer..."


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