lunes, 11 de abril de 2011

Historia 4: Y en la calle codo a codo.

Cantar es un ritual que todos deberíamos practicar cotidianamente. Cuando cantamos respiramos, y ese aire que renovamos viene cargado con algo más que oxígeno, con algún elemento aún no descubierto por la química moderna. No solamente eso. Cantar puede traer consigo historias memorables. Más aún cuando lo hacemos en la calle.

Había salido tarde del trabajo y necesitaba urgentemente caminar para mover las piernas y que la sangre volviera a circular nuevamente por mi cuerpo. Ya habiendo pateado un par de cuadras y entrado en ritmo me surgió una imperante necesidad de cantar. He llegado hasta tu casa. Yo no sé cómo he podido. Si me han dicho que no estás, que ya nunca volverás. Y para cuando había llegado al semáforo, un señor de unos sesenta años con la nariz roja y más pelos en las cejas despeinadas que en la cabeza, se acopló a mi despliegue escénico para que entonemos juntos. ¡Nada nada más que tristeza y quietud! Nadie que me diga si vives aún. ¿Dónde estás? Para decirme que hoy he vuelto arrepentido a buscar. ¡Tu amor! Y el señor me miró, y yo lo miré al señor. Y el semáforo se puso verde para nosotros y rojo para el mundo que se había paralizado por un segundo para contemplar un momento mágico e irrepetible.

3 comentarios:

  1. qué pena que no le suceda esto a Menudo!

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  2. Deberían existir más de esos momentos únicos e irrepetibles.

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  3. Gracias, me alegraste la primavera que no empezo para mi desde el otro lado del globo...
    la gente deberia cantar en voz alta mas seguido... es una caricia al alma!

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