Amanecí despeinado y confundido.
Tenía los papeles en mi mano, arrugados y bastante sucios. Júpiter de Holst sonaba en mi equipo de
música y el reloj titilaba sin saber la hora.
Me mojé la cara como si eso ayudara a distinguir la realidad de la
ilusión. Me vestí con lo primero que
encontré y salí corriendo para tomarme el subte hacia la misma esquina en la
que me había sumergido a las cloacas con el señor calvo de barba y la hermosa
Danubia.
Me paré en la esquina al lado de
las alcantarillas, esperando señales.
Agaché la cabeza para intentar ver algo.
-¡Ey! ¿Están ahí?
Nada. Pura oscuridad.
Un policía se acercó y me
preguntó si todo estaba bien. Asentí con
la cabeza y seguí caminando como si tuviera un lugar a donde ir.
Crucé la calle sin mirar a ningún
costado y casi me atropella un 64. Pensé en ir al banco en donde trabajaba
Danubia. Preguntarle si se acordaba de
mí y si podía llevarme a la Tierra del Zonco con ella nuevamente. Después
desistí y preferí seguir caminando.
Intentaba con cada paso recordar.
Hacer un esfuerzo casi estéril en separar lo que había sucedido dentro de mi
cabeza con aquello fuera de ella. Busqué
miradas, señales. En vano. Seguí caminando, atacado por el horrendo pensamiento
de estar volviéndome loco.
Bajé en la boca del subte para
volver a mi casa y en el primer descanso de la escalera me encontré con una
escena inusual. Un señor con aspecto
vagabundo se sentaba enfrentado con un Husky Siberiano. Ambos estaban en silencio, mirándose a los
ojos fijamente. Nada parecía distraerlos.
Me sentí atraído hacia la escena y tuve que sentarme a su lado. Sin mirarme me hicieron un lugar y formamos
un triángulo perfecto. Dejaron entonces de mirarse fijamente para mirar al
centro del triángulo. Permanecimos así unos minutos. Inmanentes. Éramos tres
pero éramos también uno en el centro. Olvidé quién era yo, tal vez dejé de
serlo por un instante. Fui perro y fui vagabundo también. De repente, en aquel
centro que no dejábamos de atender se dibujó una pequeña pirámide con un nuevo centro de una luz incandescente que me encandiló y debí taparme los ojos. Me caí hacia atrás del impulso y ambos figuras geométricas se
desvanecieron, al igual que la luz.
El Husky gruñó asustado y salió
corriendo desapareciendo entre la gente.
El señor se quedó mirando el suelo confundido y rascándose su cabellera revoltosa. Mientras tomaba con su
mano la petaca de ron del suelo, soltó en el aire las palabras más
esperanzadoras que había escuchado en los últimos años.
-Danubia existe. La Tierra del
Zonco también.
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