miércoles, 11 de septiembre de 2013

Historia 32: Concilio tripartito


Amanecí despeinado y confundido. Tenía los papeles en mi mano, arrugados y bastante sucios.  Júpiter de Holst sonaba en mi equipo de música y el reloj titilaba sin saber la hora.  Me mojé la cara como si eso ayudara a distinguir la realidad de la ilusión.  Me vestí con lo primero que encontré y salí corriendo para tomarme el subte hacia la misma esquina en la que me había sumergido a las cloacas con el señor calvo de barba y la hermosa Danubia.

Me paré en la esquina al lado de las alcantarillas, esperando señales.  Agaché la cabeza para intentar ver algo.

-¡Ey! ¿Están ahí?

Nada.  Pura oscuridad.

Un policía se acercó y me preguntó si todo estaba bien.  Asentí con la cabeza y seguí caminando como si tuviera un lugar a donde ir.

Crucé la calle sin mirar a ningún costado y casi me atropella un 64. Pensé en ir al banco en donde trabajaba Danubia.  Preguntarle si se acordaba de mí y si podía llevarme a la Tierra del Zonco con ella nuevamente. Después desistí y preferí seguir caminando.

Intentaba con cada paso recordar. Hacer un esfuerzo casi estéril en separar lo que había sucedido dentro de mi cabeza con aquello fuera de ella.  Busqué miradas, señales. En vano. Seguí caminando, atacado por el horrendo pensamiento de estar volviéndome loco.

Bajé en la boca del subte para volver a mi casa y en el primer descanso de la escalera me encontré con una escena inusual.  Un señor con aspecto vagabundo se sentaba enfrentado con un Husky Siberiano.  Ambos estaban en silencio, mirándose a los ojos fijamente. Nada parecía distraerlos.  Me sentí atraído hacia la escena y tuve que sentarme a su lado.  Sin mirarme me hicieron un lugar y formamos un triángulo perfecto. Dejaron entonces de mirarse fijamente para mirar al centro del triángulo. Permanecimos así unos minutos. Inmanentes. Éramos tres pero éramos también uno en el centro. Olvidé quién era yo, tal vez dejé de serlo por un instante.  Fui perro y fui vagabundo también.   De repente, en aquel centro que no dejábamos de atender se dibujó una pequeña pirámide con un nuevo centro de una luz incandescente que me encandiló y debí taparme los ojos.  Me caí hacia atrás del impulso y ambos figuras geométricas se desvanecieron, al igual que la luz.  El  Husky gruñó asustado y salió corriendo desapareciendo entre la gente.  El señor se quedó mirando el suelo confundido y rascándose su cabellera revoltosa.  Mientras tomaba con su mano la petaca de ron del suelo, soltó en el aire las palabras más esperanzadoras que había escuchado en los últimos años.


-Danubia existe. La Tierra del Zonco también.


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